Tenía que verla sí o sí. Era necesario, indispensable.
Nunca pudo saber si fue suerte. Tal como lo pensó, sucedió. Ella fue la primera persona a quien dirigió una palabra ese día. Sabía que tenía que estar junto a ella. Sentía la necesidad. Necesidad de conocerla, de identificarse, de fascinarse aún mas. La situación en que se habían conocido se los impedía. Había que inventar algún pretexto, una excusa tonta, cualquier cosa era buena para ocultarse mutuamente algo que era cada vez mas evidente y aún no estaban dispuestos a aceptar: esa misma necesidad de la que hablé lineas arriba. Por la misma razón, esa mañana todo parecía ir según lo acostumbrado. Al menos lo parecía.
Su mente repasaba la conversación que habían tenido el dia anterior, esos minutos que sirvieron para dar inicio a la aventura que ambos habían decidido emprender de alguna manera. Él era elocuente y su diálogo consistía en una breve presentación que pronto se fue convirtiendo en una discusión vertical en la que extrañamente ella sólo intervenía por momentos para asentir o contar una que otra experiencia. Esto a pesar que su diálogo suele tan fluido como el de él, además de tener facilidad para exponer sus ideas o sentimientos. Sin embargo ella parecía haber quedado sin palabras y aunque él seguía hablando también quedó en silencio. Ambos en medio de una conversación estaban en silencio, fascinados. Era el mismo idioma. El mismo código, las mismas expresiones. El mundo alrededor quedó totalmente anulado, había sido hecho para ellos y solo para ellos. Los dos eran uno. Uno era el otro.
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Pasaron las horas y una amalgama de ansiedad, duda e impaciencia se apoderaban de él. Todo le parecía todavía extraño. Nada estaba dicho, un paso en falso podía ser el fin de esa extraña relación de unos minutos. Cuando se volvieron a encontrar, horas mas tarde, caminaron, conversaron un poco y ella le pidió que le acompañara para hacer un trámite. Tenía la tarde libre.
Era todo, se había terminado la maldita rutina.
Nunca pudo saber si fue suerte. Tal como lo pensó, sucedió. Ella fue la primera persona a quien dirigió una palabra ese día. Sabía que tenía que estar junto a ella. Sentía la necesidad. Necesidad de conocerla, de identificarse, de fascinarse aún mas. La situación en que se habían conocido se los impedía. Había que inventar algún pretexto, una excusa tonta, cualquier cosa era buena para ocultarse mutuamente algo que era cada vez mas evidente y aún no estaban dispuestos a aceptar: esa misma necesidad de la que hablé lineas arriba. Por la misma razón, esa mañana todo parecía ir según lo acostumbrado. Al menos lo parecía.
Su mente repasaba la conversación que habían tenido el dia anterior, esos minutos que sirvieron para dar inicio a la aventura que ambos habían decidido emprender de alguna manera. Él era elocuente y su diálogo consistía en una breve presentación que pronto se fue convirtiendo en una discusión vertical en la que extrañamente ella sólo intervenía por momentos para asentir o contar una que otra experiencia. Esto a pesar que su diálogo suele tan fluido como el de él, además de tener facilidad para exponer sus ideas o sentimientos. Sin embargo ella parecía haber quedado sin palabras y aunque él seguía hablando también quedó en silencio. Ambos en medio de una conversación estaban en silencio, fascinados. Era el mismo idioma. El mismo código, las mismas expresiones. El mundo alrededor quedó totalmente anulado, había sido hecho para ellos y solo para ellos. Los dos eran uno. Uno era el otro.
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Pasaron las horas y una amalgama de ansiedad, duda e impaciencia se apoderaban de él. Todo le parecía todavía extraño. Nada estaba dicho, un paso en falso podía ser el fin de esa extraña relación de unos minutos. Cuando se volvieron a encontrar, horas mas tarde, caminaron, conversaron un poco y ella le pidió que le acompañara para hacer un trámite. Tenía la tarde libre.
Era todo, se había terminado la maldita rutina.
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