martes, 22 de febrero de 2011

Pocas palabras. Mucho que decir ( III )

El celeste del cielo era tan extraño como la forma en que se sentían ese día. Se inmiscuyeron entre la gente que al igual que ellos estaba en el centro comercial. Conversaban, cómodos, en confianza plena. Ella hizo la transacción que fue a hacer y luego fueron a tomar un helado. Caminaban sin rumbo alguno, la tarde era suya, y cuando menos se dieron cuenta él la había abrazado y ella le correspondió tomandolo de la cintura. Sin decir nada se sentaron en una banquina, y atinaron a conversar sobre ellos mismos, aspectos de la personalidad de cada uno, proyectos personales. Si a él algo le llamaba la atención mas que nada, es la gente que tiene las cosas claras, que sabe. Pasó un largo rato, hasta que el silencio hizo nuevamente su aparición en la escena. Era por supuesto algo que ya no los incomodaba para nada, a lo que se habían acostumbrado desde el principio. Por momentos se miraban a los ojos, y eso significaba mas que pasar las horas hablando de temas triviales como la gente mortal suele hacer, ese simple hecho ya era demasiado, no había mas que decir, nada mas que pedir.


No había lugar para la incomodidad, esa incomodidad que solemos sentir cuando subimos a un ascensor con un desconocido, o cuando vamos en el taxi sin ningún acompañante; nos sentimos en la necesidad, en la obligación de hablar para rellenar espacios. Eso no ocurría, y era reconfortante para ambos. La conexión entonces, había llegado a niveles insospechados para personas que llevan un poco mas de veinticuatro horas de conocerse.

Ninguno podía salir aún de la sorpresa del giro que había dado su vida en tan pocas horas. Normalmente cuando eso ocurre, suele darse progresivamente, en unos meses, dando el tiempo necesario para planificar las cosas, ordenar las ideas, pensar. Sin embargo, parecía que no había nada que ordenar y ellos eran felices estando juntos, disfrutaban cada segundo, el tiempo no valía nada, el resto no existía.

Cuando él se paró de la banca, ella también lo hizo y se envolvieron en un abrazo. Todo fue tan espontáneo, y en cuestión de segundos. Se miraban fijamente. Alguno tenía que tomar la iniciativa, pero algo los contenía. Talvez, el hecho de que haya pasado tan poco tiempo para verse así ya era una locura, y ambos lo sabían. Estaban dispuestos a todo. De pronto las distancia se vio reducida gradualmente hasta que sus labios chocaron por primera vez y luego sólo se dejaron llevar. Sus manos se enredaron en su cabello que caía sobre su cara insistentemente mientras se seguían mirando, prometiéndose cuidar todo lo que ya habían logrado. El paso de las horas les hizo recordar que no habían siquiera almorzado. Entonces decidieron partir.

Se tomaron de la mano y caminaron hacia la multitud para perderse entre ella...

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